El Mago de Gelsenkirchen deleitó al Emirates y a todos los que veíamos el partido por televisión con una actuación de esas que no se olvidan. Sus compañeros parecían niños ilusionados esperando con nervios los regalos del Rey Mesut la noche del día 5 de enero. Porque Özil estaba en ese plan. Se encontraba cómodo, con espacios, ágil y con la zurda a pleno rendimiento. Todo lo que le puede convertir en uno de los mejores jugadores del mundo. La lástima es que todas esas cosas no se unan más a menudo. Pero, qué demonios, vale la pena pararse y disfrutarlo cuando pasa.
Desde el principio se vio a un Özil rápido de mente, fresco y con ganas. En el minuto 6 ya le había dado la primera asistencia a Ramsey, aunque el gol fue anulado. Pero eso sólo sería el aperitivo. Mesut no tiene melena, pero se la soltó igual. Empezó a entrar en contacto con la pelota, a darla al primer toque, a moverse con ese andar cansino y a ser protagonista. Porque Özil es pausa y aceleración. Es control y descontrol. Pero sobre todo es magia. La misma que puso ayer para provocar un penalti y regalar dos asistencias de gol. La primera, especialmente estética y bonita. Pero regaló mucho más. Envolvió cada balón para que llegara a su destino y el receptor sólo tuviera que desenvolverlo. Una exhibición al alcance de muy pocos.
Da gusto ver al que, para mí, es el mejor jugador alemán del momento. Por lo menos, el que más calidad tiene. Aunque sólo juegue cuando quiere o cuando le dejan. Los genios son así. Creánlo, anoche un Rey Mago andaba suelto por el Emirates.